El liderazgo en la era de la mediocridad

El liderazgo en la era de la mediocridad

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Vivimos en una era jodida. La era de lo políticamente correcto, de la posverdad, del buenrollismo, del positivismo mal entendido, del sobreproteccionismo “tenga a su hijo entre algodones”, de “las personas son lo primero, no me las toque”, la de la discriminación (positiva, eso sí), la de la mariconez… Una época jodida. La era de la mediocridad.

Y en esta época jodida se habla mucho del liderazgo, pero no de los liderazgos, si no del liderazgo en singular. Como ocurre con tantos otros temas de actualidad que se han singularizado, solo existe una opción, la oficial of course. No pueden existir distintos tipos de liderazgos “buenos” o mejor dicho aceptados socialmente. Sólo uno es el bueno, el oficial.

Al igual que ocurre con el feminismo, las izquierdas, las derechas, la educación del siglo XXI e incluso los valores.

Sólo unos pueden ser los oficiales. Y casi siempre la oficial es la versión más mediocre. Es lo que tiene esta democracia que nos ha tocado vivir.

El liderazgo oficial de la época en curso, el que está de moda, es el del líder en segundo plano, sin ningún protagonismo, el de hacer brillar a los otros pero a ti que no se te vea, no vayas a destacar y hacer sombra a tu equipo o seguidores. Un equipo al que hay que mimar entre algodones, hacer que sea feliz, que se empodere, que se forme, que juegue al futbolín y que de vez en cuando se hagan un teambuilding outdoor.

Genial para conseguir que estas personas sigan siendo eternos adolescentes sin asumir sus responsabilidades, sin crecer, sin convertirse en adultos.

Contribuir a crear un entorno sano y adulto, con personas independientes y adultas sí que debería ser una consecuencia del liderazgo.

El problema viene cuando para crecer hay que pasar por momentos “duros”. Entonces ya no mola este estilo de liderazgo que no sólo te valora y te dice lo que quieres oír, si no que sabe qué es lo que necesitas oír aunque no te guste, e incluso aunque, en un acto de generosidad, ponga en riesgo la relación entre ambos. Como decía mi certificador de Barrett y tocayo Héctor Infer, hoy hay demasiado “coaching de mantequilla”. Esta frase ya va conmigo de por vida.

Esta semana tomando un café con un amigo mío empresario y líder, me decía que para triunfar en los negocios lo mejor es no destacar mucho, que no se te vea. Porque si destacas van a por ti. Tiene razón. Qué pena. Está claro que esta cultura judeo-cristiana que promueve la mediocridad ha impuesto su estilo de liderazgo a seguir.

La música es un ejemplo fantástico. Mis líderes, y los de millones de personas, son Mercury, Bowie, Michael y Prince, por decir algunos.

Ellos en su día descubrieron que tenían dentro una luz que quería salir, por supuesto para compartirla con otros. Querían compartir su mensaje e inspirar a otros. Ellos brillaron y siguen brillando, y sus músicos crecieron junto a ellos.

Y es ahí la grandeza de este liderazgo: para que otros brillen no debes apagar tú tu luz, si no hacer que alumbre más aún.

Ahora bien, y ahora llega lo que no te mola oír, el nivel de exigencia de estos artistas con sus músicos supera lo razonablemente comprensible. ¿Y qué pasa entonces? Pues que sólo aquellos músicos que han decidido asumir el esfuerzo y querer crecer de verdad, les han acompañado en sus carreras. Y los que no, puerta. Así, sin paños calientes ni contemplaciones. Sin sobreproteccionismos ni Mr. wonderful. Si no estás dispuesto a crecer, no mereces estar conmigo. Y cuando hablo de crecer no me refiero a profesional ni personalmente, que como deberías saber, yo no diferencio. Me refiero a crecer y punto.

Pero ¿por qué no están aceptadas las personas que brillan en nuestra sociedad? (Salvo que seas un genio y ni aun así ¡cuántos genios mueren en la oscuridad o el anonimato: Gaudí, Van Gogh, Nikola Tesla, etc.!).

Porque los mediocres tienen miedo. En el fondo, muy en el fondo saben que para brillar deben de hacer un esfuerzo alto y no están dispuestos a hacerlo, y en su paradigma de escasez, si no brillan ellos que no brillen los demás.

Avanzo en mi reflexión y me empiezo a cuestionar si estamos en la era de la mediocridad o si más bien el ser humano en sociedad se convierte en un ser mediocre.

Yo quiero líderes que brillen, con la cabeza bien alta, con su singularidad, que no sigan las normas de la sociedad de la mediocridad, que sea diferentes y únicos, que tengan un autoestima alto, que no tengan que hacerse de menos para no “molestar” a los demás, que al igual que sepan decir “me equivoqué” sepan decir sin temor a ser considerados arrogantes “soy muy bueno en esto”.

Hablar con esta claridad debería ser un valor en esta época con tanta información. Por supuesto, no es suficiente con hablar, o mejor dicho con el lenguaje oral o escrito. Los hechos son el principal aval de su valía, pero desgraciadamente no vale con que seas bueno, deben de saberlo los demás. De lo contrario morirás pobre, vagabundo o enfermo mental, sin nadie que mire por ti. Lo digo por los mencionados anteriormente, por si no lo has pillado.

Este es el liderazgo que reivindico, el de brillar y el de “porque yo lo valgo, con dos cojones/ovarios”.

Yo sí quiero su brillo.

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