Los drones amazones y la innovación real

Los drones amazones y la innovación real

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A veces mi “yo futurista” se deja llevar hacia escenarios futuros propios de alguna peli de Kubrick, Lucas o Ridley Scott. El otro día me imaginé las ciudades en la era de los drones. Me imaginé cielos surcados por cientos de drones entregando la comida a domicilio o el trabajo, entregando los pedidos de e-commerce que por ese año, el 2050, son una barbaridad, patrullando la ciudad cual polis de barrio, regulando el tráfico… Y poco a poco mi imaginación se fue calentando y me llevó a otros lares. A imaginar a los drones provistos de espejos que reflejan la luz solar o lunar para aumentar la luminosidad en esos días o noches oscuras, a lanzar rayos hacia las nubes para provocar la lluvia cuando escasea, a… “¡Para, para no te aceleres!” me dijo mi otro yo, mi “yo pragmático”.

Mi yo pragmático además de práctico es humanista, vamos, muy human centred. Y claro, con el ser humano en el centro me empezó a decir “¿el cielo tapado por drones? ¡Ni de coña! Imagínate la cantidad de drones necesarios para todos los pedidos que hay que entregar en una ciudad ¡Nos quedaríamos sin cielo! ¿Qué hay más bonito que poder ver el cielo, sea del color que sea? ¿Y de la vitamina D del sol, qué me dices? Recuerda que en los países nórdicos toman baños de rayos UVA y vitamina D en cápsulas para evitar los efectos de su carencia. Y todo esto suponiendo que lo del ruido se solucione, que seguro que en el futuro no harán ruido. Pero lo de tapar el cielo, como que no lo veo…

Resulta que en España se realizan más de 400 millones de entregas de pedidos de paquetería en la última milla (recepción del paquete por el usuario) al año. Haciendo la cuenta de la vieja es fácil vislumbrar más de 15.000 entregas diarias en una ciudad mediana, que se elevan actualmente a picos de 200.000 en Madrid y se esperan picos de más de 500.000 entregas diarias en esta ciudad en navidades. Ahora entiendo a mi yo pragmático.

Mi “yo innovador real” une a mi yo futurista con mi yo pragmático y se permite soñar pero siempre con el ser humano en el centro, y con el sentido común como herramienta.

Así que mi yo innovador real comenzó sugiriendo que los drones no surcarán los cielos de las ciudades, pero sí el de las zonas rurales y la naturaleza. Allí entregarán pedidos, medicinas, comidas o ropa. Allí en esas zonas donde no hay farmacias ni tiendas y donde el tendero llega en furgoneta 2 días a la semana. Allí en esas zonas mal comunicadas o incomunicadas cuando arriban las nevadas del invierno. También visualizó a los drones trabajando en la detección y extinción de incendios, regulando el tráfico fuera de las ciudades (sustituyendo al helicóptero de la DGT), volando hasta los tendidos eléctricos para realizar tareas de mantenimiento o inspeccionando la calidad de los terrenos de cultivo. Incluso vio drones pequeños como abejas que se introducen en las colmenas de apicultores para inspeccionar que todo esté bien y reparar lo que corresponda. En definitiva, vio drones en lugares donde su densidad es realmente ínfima, no molestan a personas ni otros seres vivos y realizan tareas que para los seres humanos serían peligrosas o costosas (en tiempo y medios). Y además todo su tráfico estrictamente regulado por leyes para proteger el medioambiente.

Es lo que tiene mi yo innovador real, que primero se deja llevar y luego saca el filtro del juicio, que en su caso es el juicio del sentido común y de las personas y el planeta en el centro.

Y mi yo innovador, que no solo enjuicia si no que también crea soluciones, me dice cómo será el reparto de mercancías en el futuro. Tenía 3 opciones: aire, superficie o bajo tierra. Aire ya vio que no. En superficie veía vehículos autónomos para cargas volumétricas o delicadas. También vio la entrega en bicicletas para cuando la entrega requiera de una persona, por ejemplo para regalar una sonrisa o una poesía con la entrega. ¿Y bajo tierra? Y ahí es donde se acordó de las ciudades horadadas bajo tierra para canalizaciones y sobre todo para ¡transporte! Solo que de mercancías de volúmenes mayores que un paquete: las personas. Se fijó en el metro y pensó que podrían ampliarse las infraestructuras para transportar paquetes de bajo volumen, que son el grueso de los envíos. Y se fijó en el sistema de recogida neumática de basuras bajo tierra, que son una solución precisamente en los cascos históricos donde está restringido el tráfico de vehículos. Y pensó en combinar el “metro de mercancías” con buzones colectivos de recogida como Correos CityPaq,  etc. Y como se volvió a calentar, mi yo innovador real pensó que por qué no casas conectadas no sólo virtualmente, si no también físicamente, donde podremos enviarnos directamente paquetes los unos a los otros, cual montacargas en un restaurante para la comanda. Con seguridad, eso sí: si no apruebo tu envío la compuerta de mi casa no se abre.

Volviendo a mi yo innovador real y al asunto de los drones, se dio cuenta de que la humanidad ha tirado muy poco del sentido común y se acordó como, por ejemplo, las personas decidimos vivir agrupadas en grandes ciudades (55% de la población mundial, que será el 68% en 2050), en cubículos pequeños con poca luz, y decidimos ir en trayectos que serían de 20 minutos andando, enlatados en una pequeña caja metálica con ruedas, la cual decidió colonizar el espacio de las personas y que además proyecta un humo que nos hace vivir con menos calidad o incluso provocar gran cantidad de muertes al año. Entonces mi yo innovador real se dio cuenta de nuevo de que el ser humano no tira mucho del sentido común, y que lo que estaba diseñando tenía que ver más con el deseo que con la predicción. De hecho sabe que el futuro no puede predecirlo si no crearlo, pero claro, él no es el único creador de futuros.

Así que, quien sabe, igual algún día nuestro cielo se oscurecerá cubierto por drones amazones. Por si acaso mi yo innovador real me sugiere que deje este post y me vaya a dar un paseo en esta fría y soleada mañana del otoño leonés. Al menos el sol de hoy no me lo quitarán.

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